La profecía de la desolación y la caída de Jerusalén (video)
Los libros sagrados y los relatos históricos antiguos hablan de una profecía llamada “la desolación”.
La misma habla de la destrucción total de Jerusalén y el templo en el año 70 D.C. El primer registro de ella se da con el profeta Daniel que había anticipado la catástrofe 600 años antes de que ocurriera. Su visión quedó registrada en el libro que escribió: “el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario” (Daniel 9:25).
Varios siglos después, Jesús de Nazaret volvió sobre esos sucesos (Mateo 24:1-22; Lucas 21:20-24), que ocurrirían unas siete décadas después de su proclama. Y ocurriría durante la primer quincena de septiembre, cuestión que los historiadores señalan como el día más asolador en el 8.
El relato histórico nos dice que Tito Flavio Vespasiano fue emperador romano desde el año 69 hasta su muerte, gobernando como Imperator Caesar Vespasianus Augustus.
Poseedor de gran prestigio tras ser comandante militar en la invasión romana de Britania al frente de la Legion II Augusta, comandó las fuerzas romanas en la 1ra. guerra judeo-romana del año 66. Un hecho relevante es que el emperador Nerón se suicidó justo cuando él estaba presto a sitiar Jerusalén -el año de los 4 emperadores- . Fue así que al aliarse con el gobernador de Siria, Cayo Licinio Muciano, manejó tan bien la situación que fue proclamado emperador por el Senado. Desde este lugar, envió a uno de sus hijos, el ya general Tito, a destruir Jerusalén.
Así se hicieron realidad las profecías: La ciudad fue saqueada por Tito sin dejar piedra sobre piedra en el Templo, tal como profetizó Jesús de Nazaret: Marcos 13:1-2 («Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada«).
El imponente y amurallado edificio de Jerusalén albergaba un ostentoso santuario y gran cantidad de tesoros que fueron saqueados. Entre los objetos robados estaba la Menorah, el candelabro de 7 brazos, que desapareció siglos más tarde, cuando los vándalos de Genserico arrasaron Roma en el año 455.
Fue así como Tito retornó a Roma triunfante. Gracias a esta hazaña se construyó un arco en su honor en el Foro romano.
El especialista en Historia Antigua de la Universidad de Lorena, Michaël Girardin, asegura que la mayoría de los historiadores cree que la destrucción del Templo fue una decisión de los romanos porque lo consideraron el eje de la resistencia judía.
La situación socio política de la época relata que en el año 63 A.C., el general romano Pompeyo conquistó Samaria y Judea. De acuerdo a lo que se hacía con los territorios conquistados, los romanos instalaron un gobernante local sometido a sus intereses. Ése fue Herodes el Grande.
Seguro con el respaldo de los romanos, se deshizo de sus enemigos internos erigiéndose así como rey de Judea en el 37 A.C.
En el año 6 D.C., durante el gobierno del emperador Augusto, Judea se convirtió en una provincia romana regida por un gobernador. Es en ese momento que coincide con la fuerte presencia de Jesús de Galilea, donde aparece en escena Poncio Pilatos.
Los ocupantes permitieron la continuidad del Sanedrín, la autoridad religiosa judía compuesta por sacerdotes y notables. Pero, más allá de la libertad de movimiento que Roma les facilitaba, las divisiones internas no lograban ser superadas.
Sobre la autoridad judía dice el historiador Paul Johnson en “la Historia del Cristianismo”: “estaba en manos de los aristócratas saduceos, que apoyaban y defendían la ocupación romana”. O sea, eran familias ricas y conservadoras – la elite judía- que confiaban en las autoridades imperiales para la protección de sus propiedades.
Después venía una de las facciones más numerosas: los fariseos. Al respecto, el historiador judío Flavio Josefo (37-100) destaca que eran “un partido de judíos que al parecer son más religiosos que los restantes y explican las leyes con más minucioso cuidado”. “Al parecer, ni siquiera Dios podría derogar la ley”, expresa con ironía Johnson sobre la cerrazón que los caracterizaba. Eran muy nacionalistas y la mayoría de ellos no apoyaba la presencia romana aunque convivían con ella relativamente en paz.
Un grupo que generaba suspicacias era el de los samaritanos. Ellos habían roto toda relación con el Templo de Jerusalén y eran dueños de santuario propio en su tierra, el ex Reino de Israel, diferente al ex Reino de Judea (el rey David los había unificado y cuando murió Salomón volvieron a desunirse). La realidad es que los judíos y samaritanos se llevaban pésimamente.
Por último estaban los zelotes, más ávidamente combativos. Se oponían visiblemente a la ocupación romana, especialmente a través de la negación al pago de impuestos.
Aproximadamente en agosto del año 66 D.C., tras la muerte y resurrección de Jesucristo, mientras el naciente cristianismo se expandía por todo el imperio romano, los zelotes llevaron a cabo una violenta rebelión que les dio poder sobre Jerusalén exterminando así a los grandes sacerdotes judíos.
En este contexto, Tito, tras el relevo de su padre, luego de la invasión y destrucción del corazón de Jerusalén, empujó a que las legiones romanas iniciaran la conquista total de la tierra santa. Por aquel entonces contaba con unos 80 mil habitantes, entre los que ya no estaban muchos de los primeros cristianos que eran conocedores de las profecías, por lo cual habían partido a esconderse en el exilio.
Cuando la rebelión fue derrotada, los sobrevivientes fueron masacrados o vendidos como esclavos. Del Templo sólo permaneció una parte de la explanada y un tramo del muro Oeste, hoy conocido como Muro de los Lamentos.
Sin embargo, la derrota de Jerusalén y la destrucción del Templo no significaron el final de la guerra. La fortaleza de Massada -a orillas del Mar Muerto- siguió resistiendo hasta el año 74 bajo las órdenes del jefe zelote Eleazar. Cuando finalmente fueron derrotados, los guerreros se suicidaron para no caer en manos enemigas.