Opinión

El resultado de un partido de fútbol, ¿nos cambia el ánimo?

Los argentinos son pasionales si de fútbol se trata. En realidad, el latino, en general, lo es. Y en esta época de Mundial, se pueden ver notables cambios en el estado de ánimo de las personas a raíz de resultados negativos de su seleccionado. Pasó días atrás, cuando la Argentina perdió en su debut frente a Arabia Saudita, en un partido de esos que en los papeles, estaba ganado por la albiceleste. Para eso, el consultor psicológico argentino Gustavo Romero da una serie de pautas para no atar nuestra felicidad al resultado de un partido de fútbol.

Gustavo Romero Por Gustavo Romero

Los humanos, así como la gran mayoría de los animales, estamos recubiertos por la piel, que es el órgano más grande del cuerpo. Entre las principales funciones de la piel está la protección del medio ambiente protegiendo al organismo de factores externos como bacterias, sustancias químicas y las temperaturas. Tenemos una barrera que no solo nos protege sino nos separa. Estamos siempre en contacto con el exterior, lo queramos o no.

De la misma manera, nuestra psiquis está en permanente contacto con el mundo exterior. Estamos influenciados por factores externos que, algunos nocivos y otros no, continuamente pretenden invadirnos. Esta invasión no es necesariamente un ataque personal; no es “adrede” como tampoco el polvo y el sol.

Esos factores externos (personas tóxicas, bullying, retrasos en transportes, malas noticias, etc.) no siempre son los mismos ni actúan con la misma intensidad modificando nuestro humor el cual es modulado por la satisfacción o la insatisfacción de distintas necesidades instintivas como el hambre, la sed, el sueño y la sexualidad. Agreguemos a esta lista las relacionales como la vida conyugal, las relaciones familiares, lo profesional y lo cultural (el ocio, descanso vacacional). Dicho de otra manera, cuando los factores externos no son favorables, provocan un displacer que nos da mal-humor.

El mundo está pasando por una crisis sin precedentes en lo económico, lo moral, lo político y lo espiritual; y la Argentina no es ajena a esto. Las malas noticias, gracias a internet, se difunden de manera instantánea generando un clima de mal humor social. Podemos notarlo en la respuesta agresiva injustificada de muchas personas al mínimo ataque. Como agente preventorio, ponemos nuestras expectativas en aquellas actividades que nos provocan aumento alegría, felicidad, que nos distraen de las malas noticias y el displacer.

Los argentinos somos pasionales; y esa pasión la depositamos en el fútbol que nos da esperanzas. Ponemos en esos 90 minutos la ilusión de la cuota de alegría para anestesiarnos de la situación que como sociedad estamos pasando. A eso se le llama Humor expansivo.

Pero ¿qué pasa cuando esas expectativas no se cumplen? ¿Qué cuando depositamos nuestras esperanzas en algún suceso para estar más felices y eso no sucede? Cambiamos inmediatamente al humor depresivo que en algunas personas se manifiesta desde el desaliento hasta la depresión más auténtica y más profunda, pasando por estados de tristeza patológica y de dolor moral. Esta sensación se denomina disforia -opuesto de la euforia. Esta es acompañada de un sentimiento de desvalorización (somos los peores, no servimos para nada), pesimismo (nunca vamos a ganar un mundial), cansancio e inhibición (chau, me voy a casa a estar solo).

Dichos estados de ánimo que decidimos no cambiarlos justificados por los acontecimientos, condicionan nuestra rutina. Atropellamos al subir al tren, gritamos a nuestros hijos, no tenemos ganas de trabajar y algunos se enferman ya que sus defensas bajan si es que la selección de fútbol pierde. Imaginémonos 50 millones de personas que pusieron sus expectativas en un acontecimiento. 50 millones de personas malhumoradas, desilusionadas. Eso es mal humor social. La clave está en identificar los factores en los que ponemos nuestras expectativas, saber que no todo puede salir como lo esperamos.

En segundo lugar, preguntarnos si vale la pena que ese acontecimiento me cambie negativamente. Esto puedo hacerlo, a su vez planteándome cuán importante es para mí. En mi escala ¿qué posición ocupa este acontecimiento? ¿Es más importante que la entrega de diploma de mi hija, que es una alegría compartida y única en la vida que estrecha lazos? Es fundamental darnos un momento para el enojo, el duelo, la tristeza. Dar lugar a ese sentimiento ayudará a procesarlo.

Por último, identificar quien en nuestro entorno continúa en el proceso de elaboración para no contagiarnos y repetir el ciclo. Volver a buscar aquello que nos da placer y alegría nos reconfortará, ayudará a terminar la fase de la tristeza y alimentará a nuestro ánimo dándonos energía para continuar y afrontar nuevos desafíos.

Cortesía de vidacristiana.com

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