Opinión

Semana Santa|La Semana del Silencio

Por Emil Bock.

La semana que precede a Pascua de Resurrección es un período significativo, que se destaca no solo dentro del ciclo del año cristiano, sino también en el ciclo del año natural. En el año cristiano ella abarca el dram de la Pasión ocupando gran parte del final del Evangelio. En algunas regiones de Alemania es llamada «la semana del silencio» o también » la gran semana», reconociendo que únicamente aquel que logre vivenciar en profundidad su grandeza interior, vivenciará Pascua en plenitud.

Esta semana que precede a Pascua transcurre , en el hemisferio norte, cuanto la luna llena de primavera rompe el dominio del invierno. La nueva vida de la tierra progresa a saltos. Con un poderoso ímpetu ascienden las savias y las fuerzas germinativas comienzan a brotar en el reino vegetal. En la lucha entre el día y la noche, es el día quien alcanza la supremacía victoriosa que se consolidará en el triunfo de la luz en el primer domingo que sigue a la luna llena de primavera.

El contenido de los Evangelios de la Semana Santa no coincide a primera vista con la naturaleza primaveral, por lo contrario, muestra un agudo contraste. Solamente al final, al nacer el sol de Pascua, se desemboca en un júbilo festivo que coincide con el regocijo del milagro de la primavera. La seriedad del drama de la Semana Santa es la preparación para esta consonancia. La primavera en la naturaleza irrumpe por sí misma. La primavera interior de la fiesta de la Resurrección debe ser conquistada a través de una peregrinación que sigue el camino de la Pasión a lo largo de la Semana.

Los siete días que preceden a Pascua pueden ser comparados con las doce noches sagradas entre Navidad y Epifanía: para aquellos que se entreguen con devoción a lo que se teje en estas doce noches, este «tiempo entre los dos años» es una preparación cabal para los doce meses del nuevo año; así también, para quienes participan interiormente del drama-misterio de la Pasión, los siete días de la Semana Santa devienen una fuente de fuerzas para todo aquello que el destino traiga en el futuro.

Los hechos que se desarrollaron dos mil años atrás durante la Semana Santa, entre el domingo de Ramos y el domingo de Resurrección, eran revelaciones arquetípicas del destino. Ellos elevan y renuevan la significación de los siete días de cada semana y los transforman en una fuente de luz y de fuerzas sanadoras para el alma. Las esferas planetarias se reflejan desde siempre en los nombres que portan los días de la semana en las diferentes lenguas: Sol (Sunday, Sontag), Luna (lunes, monday, montag), Marte (martes, mardi), Mercurio (miércoles, mercredi), Júpiter (jueves, jeudi), Venus (viernes, vendredi), Saturno (saturday, samedi,samstag). Durante la Semana Santa, al final de la vida de Jesús, cada día de la semana recibió más allá de la diferenciación cósmica una impronta de la concepción cristiana de los planetas.

En la cristiandad, apenas se comenzó a vivenciar el carácter específico de cada día de la Semana Santa, es especialmente el Viernes Santo el que es sentido como importante, con una mirada hacia la cruz en el Gólgota; para muchos cristianos ha dejado su huella haciendo de todos los viernes del año un día de ayuno. En algunas regiones, el domingo de Ramos, marcado por la imagen de la entrada a Jerusalén, vive la costumbre de cortar ramas de palmeras. En realidad, cada uno de los siete días revela un nuevo misterio cósmico en imágenes históricas humanas.

Cuando el domingo de Ramos Cristo entra en Jerusalén, el sol de los tiempos antiguos manifiesta aún su soberanía en el cielo; pero de hecho es despedido a fin de dar lugar el domingo siguiente a un sol nuevo, el sol de Pascua. El lunes, cuando Cristo reniega de la higuera y purifica el templo de la Ciudad Santa, el Sol de Cristo confronta el principio lunar del mundo antiguo, que necesitaba ser renovado. El martes Cristo se enfrentó a sus adversarios que le tienden trampas. Su palabra deviene arma espiritual. Esta jornada de lucha concluye sobre el Monte de los Olivos, donde El revela a sus discípulos proféticamente el apocalipsis por venir. Allí, el espíritu de Marte recibe la impronta de Cristo. El miércoles, con la unción en Betania y la traición de Judas, Mercurio se encontró con el Sol de Cristo. El jueves Santo, cuando Cristo lava los pies a sus discípulos y les ofrece la Santa Cena, una luz jupiteriana plena de promesas de futuro alumbró la aflicción y tristeza de las almas. El Viernes Santo ocurrió la más maravillosa elevación de todo lo que podría significar para el hombre la idea de la diosa del amor, la Venus o Afrodita. Ocurrió un acto de amor mayor que cualquier otro posible. El sacrificio de Amor en el Gólgota fue la transformación del principio de Venus en principio Solar del Ser de Cristo. Cuando Cristo yacía en el sepulcro, el Cristo Sol se encontró con el espíritu de Saturno en el cosmos, hasta que finalmente, el domingo, es el Sol mismo quien encuentra su octava: aquel que asciende al cielo es el Sol de Cristo que ha vencido.

El drama-misterio de la Semana Santa forma una unidad grandiosa y completa en sí misma. Este drama oculta una composición que se nos devela en la medida en que nos vamos sensibilizando con la progresión gradual de los hechos de la vida de Cristo. Lo que acontece en los siete días pascuales, es una condensación de toda la vida de Cristo. Las leyes arquetípicas y las etapas reveladas en la sagrada biografía de los tres años de Cristo, resurgen dramáticamente resumidas ante nuestros ojos. En la Semana de Pasión podemos reconocer los tres años de vida de Cristo como una gran Pasión. La entrada en Jerusalén es la octava del bautismo en el Jordán: ahora se completa la entrada de Cristo en nuestra existencia terrena; lo que comenzó hace tres años, el misterio de la encarnación, recibe su última impronta. Los acontecimientos del lunes -la maldición de la higuera y la purificación del Templo- corresponden a la tentación de Cristo como está descrita en los tres primeros Evangelios. Una vez más Cristo se reencuentra con las fuerzas lunares del antiguo mundo. Él no las necesita y las descarta sin sucumbir a la tentación de servirse de ellas. No se trata de éxitos aparentes, sino del cumplimiento de su misión. En el Evangelio según Juan, la purificación del Templo sigue a la tentación. En el marco de las grandes correspondencias se encuentra enfrentada exactamente a la purificación del Templo descrita en los tres primeros Evangelios. Mientras el martes Cristo confronta a sus adversarios se vive en el aire como golpes de espada, y en la noche, dialogando con sus discípulos, relámpagos apocalípticos serpentean en el espacio. Así se repite en un plano más elevado lo que debió pasar Jesús, cuando tuvo que dejar sus país natal con su familia natural de Nazaret para poder llegar a  su familia espiritual, sus discípulos. El Apocalipsis del Monte de los Olivos corresponde al Sermón de la Montaña (Mateo 5-7), donde selló los lazos con su familia espiritual. En los acontecimientos del miércoles -la unción en Betania y la traición de Judas- encontramos los elementos de la tragedia de Juan el Bautista; es la misma crisis, el mismo nudo decisivo. El lavado de los pies y la cena son la octava, la última repetición decisiva, del misterio vislumbrado en la alimentación de los cinco mil y del caminar sobre las aguas. Los acontecimientos del viernes Santo elevan a un nivel superior aquello que se había manifestado sobre el monte de la Transfiguración y lo consuman. El permanecer en la tumba del sábado Santo prolonga en una dimensión cósmica la resolución con la cual Cristo se dirigió hacia Judea, el lugar del combate decisivo. En la mañana de Pascua confluyen ambos círculos, el gran círculo de los tres años y el pequeño de los siete días. La semana Santa como tal corresponde en la vida entera de Cristo a la irrupción matutina del sol que se produce dentro de ella en la mañana del Domingo de Pascua.

 

Sobre el autor:

Emil Bock (1895-1959) fue un sacerdote alemán que  estudió teología y ciencias naturales. Fue uno de los «líderes» fundadores del Movimiento para la renovación religiosa, la Comunidad de Cristianos. Es autor de numerosas publicaciones, especialmente sobre los Evangelios y sobre la historia espiritual de la humanidad. Su traducción alemana del Nuevo Testamento se re- edita siempre de nuevo.

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