Cristianismo

«Dios me dio un corazón por los niños», dice ex líder de pandilla, ahora pastor

Vacío, dolor, sufrimiento y quebranto fueron las cuatro palabras que el Rev. Terrell Scott, Pastor de la Iglesia Pasión-Vida en McDonough, Georgia, usó para describir sus memorias de haber sido un líder de una pandilla criminal con tan sólo 15 años.

Scott pasó la mayor parte de su adolescencia y juventud participando en hechos pandilleros de violencia, tráfico de drogas y robos a mano armada. Durante esos años, abusó del alcohol y además vendió marihuana, cocaína, éxtasis y metanfetaminas.

En una entrevista, Scott recordó cómo creció en una familia disfuncional y destruida; y durante su niñez y adolescencia careció de una relación con su padre. Clamaba por sentirse completo y buscó las relaciones de fraternidad para evadir la ausencia paterna en su vida. Todos estos factores le fueron llevando a la idea de crear su propia pandilla siendo aún adolescente.

«Hubo tiempos dónde deseaba parar la actividad criminal que llevaba adelante, pero mi mente no estaba bien, así que volvía a los drogas, las mujeres, el crimen y el dinero; volvía a las calles», dijo el Pastor de 39 años.

«Yo podía pasar de una buena decisión a una mala muy rápido. Cuando no tienes una relación cercana con tu padre o una figura paterna, seguramente acabarás en las calles buscando una comunidad que te abrace».

Según un reporte de 2016 lanzado por la Academia Americana de Psiquiatría del Niño y Adolescente acerca de la actividad pandillera dice que ‘muchos buscan una sensación de conexión e identidad’. Otros adolescentes, sin embargo, sucumben ante la presión de pares para unirse a la pandillas o sienten la necesidad de hacerlo ‘para protección de ellos mismos y sus familias’. Otros buscan una manera de encontrar apoyo financiero porque ya ven a sus familiares involucrados en pandillas.

Para Scott, crecer en McDonough, dónde prevalecen las pandillas, significaba que muchos adolescentes formaran parte de alguna durante su años de secundaria. La juventud en su vecindario acostumbraba a golpear a sus pares como afiliación a un grupo pandillero.

Scott esperaba que formando parte de uno de estos grupos, podría encontrar la hermana y plenitud. A los 15, reunió a la mayoría de los muchachos del equipo de fútbol de su escuela y formó su propia pandilla. Así comenzó un espiral delictivo, que eventualmente le llevaría a ser arrestado y sentenciado a prisión.

A los 21, las malas decisiones de Scott finalmente lo atraparon. Él cuenta que nunca olvidará el día en que fue arrestado y condenado a cinco años de prisión, además de tener que pagar una multa por U$500.000.

Fue durante su estadía en prisión, que curiosamente se encontraría con Jesús por primera vez.

Desde prisión, Scott continuaba dirigiendo la pandilla y traficando drogas por un par de años hasta ser descubierto. Fue entonces trasladado a confinamiento solitario.

Durante los seis meses de aislamiento, Scott dijo que se encontró a sí mismo pensando en la existencia de Dios. Una noche, él oró pidiendo a Dios que le trajera a alguien a su vida que lo guiara a la fe cristiana. En un mes, Scott recibió una carta de una mujer llamada Brandy, a quien una vez la había asaltado a mano armada.

«En la carta, Brandy compartía el Evangelio conmigo, y me decía que Dios tenía un propósito y plan para mí. El Espíritu Santo me convenció. Y comenzó mi arrepentimiento», dijo Scott. «Era el tiempo de Dios, y comencé a compartir de Jesús con todos».

Brandy comenzó a visitar a Scott regularmente para estudiar la Biblia. Después que él rindiera su vida a Jesús a los 26, los oficiales de la prisión notaron su transformación, un cambio en su conducta y su interacción con los compañeros. Después, el juez accedió a desestimar una fianza de U$500.000, que inicialmente había impuesto el estado.

«Tuve una visión de dos manos estrechándose mientras oraba, y fue todo muy claro; en el más tranquilo de los Estados, Dios me estaba llamando a hacer la diferencia a través de este ministerio», recordó Scott una de sus últimas noches en prisión. «Luego, escuché la voz de Dios diciéndome que estaba llamado a predicar para ayudar a muchos».

Cuando fui liberado de prisión, Scott se casó con Brandy. La pareja ahora tiene cinco hijos, y en 2013 fundaron la Iglesia Pasión-Vida en la misma comunidad donde Scott se crió. La iglesia recibe a más de 100 feligreses cada domingo.

Ambos comenzaron también su propio ministerio llamado Río Refugio para ayudar a la juventud en McDonough, un área que continúa con altas tasas de violencia. El ministerio es una comunidad que se desarrolla con una misión de alcanzar a las necesidades prácticas de aquellos jóvenes de bajos recursos, además de ofrecerles la cobertura emocional y mucho amor.

«Si Dios pudo cambiarme a mi, Dios puede cambiar a cualquiera. Y yo deseo prevenir a otros que pasen por lo que yo pasé, y ayudarlos en su propósito y destino», dijo Scott. «En mi historia de vida, cometí muchos errores y lastimé a mucha gente también, pero al ver lo que Dios ha hecho, me lleva a querer compartir con más y más niños para inspirarlos. Dios me dió un corazón para los niños. El 90% de la niñez de McDonough nunca ha conocido a su padre, así que deseamos brindarles esa figura paterna a ellos».

Como parte del ministerio, ellos llevan adelante el proyecto Malachi, que es un programa de mentoreo para niños y adolescentes, dónde les proveen de apoyo escolar, y comidas con tiempos de devocionales dónde aprenden de Jesús.

«Vemos mucha necesidad. Les ayudamos trabajando con las pandillas, y con problemáticas que enfrenta la juventud», dijo Scott.

A través del ministerio Río Refugio, han distribuido 200 bolsas de donaciones y libros a indigentes, así como también cajas de Acción de Gracias con comida para las familias. Durante las festividades, realizan «Navidad en la Ciudad» dónde proveen juguetes a niños de bajos recursos.

«Es el trabajo de la gracia que me salvó a mi y me rescató de mi pasado, me liberó de mis adicciones porque Dios puede perdonar y sanar a cualquiera», dijo Scott. «No hay nada como servir a Dios. Lo que encontré en las calles, en ese estilo de vida era todo lo contrario a lo que necesitaba y no me llenaba».

«Cuando le di mi vida a Cristo, no hubo otro día igual, yo era un consumidor y traficante de drogas y un día desperté y todo era color de rosa, entonces Dios me llevó por un proceso y tuve que confiar en Él y en su Obra sanadora».

 

 

Fuente Gaceta Cristiana

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