Opinión

La importancia del rol de los padres en la educación afectiva sexual de sus hijos

Por Karina Gabriela López.

La sexualidad es una dimensión propia de todos los seres humanos que está relacionada con la función reproductiva, la capacidad de sentir placer y de comunicación; gracias a ella expresamos nuestros deseos, valores, y lo que sentimos por la otra persona.

Se manifiesta en las personas desde que nacen hasta que mueren, de distintas formas y en diferentes situaciones y evoluciona a medida que crecemos.

La crianza y la educación, así como la edad, la cultura, la región geográfica, la familia y la época histórica, inciden directamente en la forma en que cada persona vive su sexualidad.

La sexualidad va más allá de un comportamiento sexual o genital, ya que incluye todo un mundo de relaciones afectivas y sentimientos que constituyen una facultad humana esencial. Por lo tanto, es una pieza importante en nuestra salud integral y en nuestra personalidad, puesto que para un desarrollo pleno todos necesitamos contacto, intimidad, placer y amor.

El desarrollo de una sexualidad saludable, no es producto del azar, ni de la naturaleza, sino que se relaciona con el conocimiento, es decir, la educación, e implica consentimiento, comunicación y disfrute.

La educación incide en todas las conductas humanas. No se reduce a brindar información, ni a adiestrar, sino, de poner en marcha un proceso a través del cual una persona pueda llegar a crecer, desarrollarse y madurar, extraer y alcanzar su plenitud. Todas las capacidades humanas deben ser actualizadas, deben ser educadas.

La ausencia de una adecuada educación sexual, la desinformación o, en el otro extremo, la invasión de contenidos proveniente de los medios masivos de comunicación, redes sociales e internet, con la que nos encontramos en la actualidad, genera, un exceso de datos que confunde porque genera una sobreinformación que da cómo consecuencia muchas preguntas y pocas respuestas confiables.

Ahora bien, aunque sería deseable que la educación sexual pudiera ser ofertada en cualquier ámbito educativo desde una estricta neutralidad, lo cierto es que el campo de la moral sexual no es sujeto de consenso social sino de absoluto enfrentamiento en relación a los postulados éticos con que los ciudadanos, en uso de su libertad, edifican su vida, pudiéndose decir que existen dos visiones opuestas de cómo debe vivirse la sexualidad:

El ejercicio de la sexualidad va unido al de la “educación para los compromisos estables”, enfatizando la prioridad del amor y los compromisos. Es decir: una relación interpersonal guiada por los sentimientos y la voluntad. Apunta a la transmisión de valores muy concretos: autodominio, fidelidad, comprensión, lealtad, apertura a la transmisión de la vida, volcando la propia afectividad en los hijos y asumiendo nuevos compromisos y renuncias personales, etc.

Este tipo de educación, al ir unida a la edificación del carácter, es más propia de ser transmitida en la relación personal de confianza entre padres e hijos. Educarlos es su derecho y su deber. Toda otra enseñanza, que proviene del Estado y las instituciones educativas es complementaria y subsidiaria. Este abordaje integral de la sexualidad conlleva mayor esfuerzo pedagógico que el simplista de repartir preservativos reduciendo la sexualidad a mera genitalidad, pero puede ser el que se muestre más acorde con una educación afectiva en el que los propios valores sean interiorizados por los jóvenes libremente.

Educar sexualmente a los hijos es derecho y deber de los padres. Toda otra enseñanza, que proviene del Estado y las instituciones educativas es complementaria y subsidiaria.

Otra visión de la sexualidad, es la que se entiende de modo principal como “educación para la independencia sexual”, teniendo como objetivo principal los aspectos de placer en el ejercicio del sexo, minimizando riesgos cómo el embarazo o la adquisición de enfermedades transmisibles por vía genital, enfatizando el conocimiento de las medidas de anticoncepción y la búsqueda de experiencias gratificantes, bien a través del propio cuerpo o a través de relaciones interpersonales que no tienen por qué ser necesariamente monógamas, centrándose en sus aspectos lúdicos y sin referencia a compromisos implícitos ni explícitos. El énfasis en esta concepción del sexo estaría en la autorrealización personal y en el ejercicio de la libertad rehusando referentes religiosos o morales.

Ambas convicciones, por tanto, se muestran como contrapuestas entre sí. Por eso es muy importante conocer no sólo la evidencia científica subyacente a cada planteamiento educativo, sino también los postulados éticos de cada propuesta pedagógica. El modo de transmitir la información, además de los contenidos, conlleva una gran carga ética, que presumiblemente influirá en los comportamientos sexuales posteriores de los receptores de estos mensajes, pudiendo pasar la sexualidad a ser considerada como un simple método de obtención de placer corporal en el que lo más importante es evitar el riesgo de embarazos imprevistos o el contagio de infecciones.

Debemos estimular a los padres para que sean ellos quienes hagan educación sexual incentivándolos a transmitir sus valores, de modo abierto porque nunca se puede comparar la calidad del vínculo que se gesta entre padres e hijos. Para hacerlo, eficazmente, deben capacitarse, vencer los prejuicios y entender que si ellos no lo hacen, alguien lo hará en su lugar.

Sólo los padres, pueden combinar los tres elementos fundamentales que hacen que el mensaje se vuelva vida: INFORMACIÓN + FORMACIÓN + CUIDADO (vigilia no es lo mismo que vigilancia)

Gentileza de vidacristiana.com

 

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