Opinión

Delante de nuestros ojos

 

Por Ariel Magirena

 

Con un día de anticipación el gobierno conoció el plan de la AFA de hacer una caravana para que todos pudiésemos ver a los campeones. Era la propuesta más popular y justa. No existe predio que pudiera permitir que todos los viésemos y una recorrida flanqueada de Pueblo era ideal.

El gobierno hizo lo que siempre hace: dar feriado y quitarse el compromiso de encima. Lo hace con una fiesta como con un funeral o un intento de magnicidio. Mientras negociaba la foto en Casa Rosada preparó el balcón y la Plaza, aunque no estaban en el itinerario de la caravana avisada.

El gobierno de la Provincia de Buenos Aires puso en persona a su ministro de seguridad a garantizar el tránsito por su territorio y sólo tuvo la sorpresa de dos desquiciados que se arrojaron sobre el micro sin consecuencias graves.

Cuando llegaron a la Capital, el Ministerio de Seguridad de la Nación (que nunca se ocupó del operativo necesario e insistía en que fuesen a la Casa de Gobierno), desvió la caravana a terrenos de la Policía Federal donde tenía lo único que previeron: 7 helicópteros listos para hacer un sobrevuelo y dejarlos en la Rosada que -insistían- estaba «a disposición» pese a que los jugadores no querían. (Fue la Nación, no la Ciudad. La ciudad hizo lo propio más tarde con represión después de relajar todo el día para poder victimizarse por los «destrozos»)

Nunca quisieron (desde Nación) acompañar la caravana, por el contrario, la desviaron a donde quisieron pretendiendo forzar la decisión de los jugadores que se resignaron al vuelo pero rechazaron el Balcón.

La «portavoza» oficial eligió simular impotencia frente al «desborde» popular y distraer la extorsión. La impotencia es el recurso retórico del gobierno para hacer lo contrario de lo que de él se espera. Genera la fantasía de ser tibio o temeroso mientras que efectivamente ejecuta con eficacia el plan dictado por el sistema financiero internacional a través del FMI que persigue postrar a la Argentina ante esos poderes.

Los jugadores  -que explícitamente jugaron para «dar una alegría a este pueblo que sufre»- no quisieron mezclarse con la política de ningún signo y fueron tratados de desclasados en el principal medio oficial por ese gesto que corona su representatividad (que la clase política no tiene).

El propio Presidente intentó imponer en los medios su versión atribuyéndose los éxitos de la selección cuando dijo que «soy el único presidente con 3 copas», aunque más tarde salió a morigerar esa petulancia injustificable y atribuir al cansancio de los jugadores el «desaire» del que un sector de la prensa habla.

¿Podía ser distinto?

El pueblo judío huyó durante décadas a través del desierto perseguido por el ejército imperial. Belgrano condujo el éxodo jujeño dejando tierra arrasada a los godos. Pero no hace falta ir tan lejos, retroceder en el tiempo ni ser tan drásticos. Desde finales de la segunda guerra mundial, con la amenaza nuclear, los ejércitos del mundo (el argentino también) se preparan para contingencias inesperadas. Lo que hace la diferencia en todos los casos es la planificación y el liderazgo. El gobierno, por deficiencia ideológica, nunca piensa en las fuerzas armadas para asistir a la comunidad en eso para lo que están preparadas. Pudo el ejército ser movilizado para establecer puestos de campaña con todo lo que faltó y produjo los inconvenientes que luego les fueron endilgados al pueblo en la calle. Tal vez nadie pudiera prever 4 millones de argentinos marchando pero, al parecer, tampoco previeron 10 mil. Desentendido de lo que fuera a ocurrir desde que concedió la gracia del feriado, el Estado no estuvo con baños, agua potable, asistencia ni puestos sanitarios. La sociedad civil, bomberos, vecinos, comerciantes, asistieron cómo pudieron. ¿Cómo hace la Iglesia católica con sus procesiones pueblerinas o las masivas hacia la basílica de Luján? Cómo lo hacen los testigos de Jehová cuando llenan estadios o los eventos evangélicos cada vez más masivos? Con voluntariado y organización.

Nos sorprende ingratamente que los que administran todo el poder y capacidad del Estado no sepan y que justifiquen su impotencia en que fueron «desbordados».  Luego la medios a los que sostienen con pauta millonaria pondrán el juicio moralista por lo sucio y oloroso que quedó todo en todos lados.

Si el 10% del país se movilizó en el AMBA sin muertos ni incidentes dramáticos, lo único que faltó es capacidad de conducción y de organización. ¿Quién piensan que debería proveerlo?

No soy yo, sos vos.

El divorcio del gobierno Fernández con el Pueblo argentino es hoy inocultable. Aunque el progresismo se niegue con obstinación sigue ratificando que jamás se propuso resolver los problemas de los argentinos sino que su fin es consolidar el modelo que apuró Mauricio Macri desde las primeras horas del mandato que comenzó en diciembre de 2015 con la complicidad del sector (dizque peronista) que hoy hegemoniza el gobierno y la permisividad del kirchnerismo.

En la Argentina real nadie condena la decisión de los jugadores y la fiesta sigue. Cierto es que no puede interpretarse esto como gesto de repudio al gobierno pero revela algo mucho peor para él: el ninguneo al gobierno como respuesta justa al ninguneo que el gobierno le propina al Pueblo.

La decisión de negar a la política es un gesto político. Una enorme mayoría lo hizo en modo absolutamente consciente y pacifica; en tanto una minoría lo hizo desde la inconsciencia del que sufre y manifiesta su bronca con la inocencia del niño que rompe su juguete como castigo al padre.

La selección logró más que la alegría que se propuso como tributo a los argentinos, logró unirnos, inspirarnos y sacarnos a las calles. Ponernos de acuerdo es más probable hoy. Después de años de reacción, votando castigo ante falta de alternativas en positivo, nos encontramos unidos en el amor a la Patria y los colores de nuestra bandera.

No digo que estemos cerca, pero queda claro que estamos más cerca.

 

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